Amistad y vecindad

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Es muy difícil resolver la política cuando la llevamos a esos terrenos de la insensatez. Por eso, para desmenuzar este engendro, podemos analizarlo por partes, como los forenses. Comencemos por ver la radiografía estadunidense.

El presidente Donald Trump ha proclamado la necesaria erección de una muralla divisoria como si eso fuera la solución al tráfico de narcóticos y de indocumentados. Nosotros lo vemos como la actitud de un vecino que es mal amigo. Es un mensaje que nos ofende y nos lastima. Es como si nuestro vecino de casa elevara y electrificara sus bardas divisorias.

No sería un buen ademán, como no lo es que Donald Trump, casi todos los días, diga que los mexicanos somos criminales, que somos pordioseros, que somos peligrosos, que somos inferiores y que somos pendejos.

Porque, además, todos sabemos que esa no es la solución de un problema generado por el apetito interno de menores costos y por la corrupción oficial de sus autoridades infieles.

Porque las drogas y los migrantes no se meten, sino que los meten. Y, para eso, hay que pagar a las autoridades de la nación receptora. Es bien sabido el monto de pasar la frontera de Centroamérica hacia México y el muy superior monto para pasar de México hacia Estados Unidos, encarecido en estos tiempos por el discurso presidencial estadunidense.

El que no lo paga, se mete “a la mala” y hasta puede morir en el desierto de Arizona. Pero el que lo paga, entra con “carpeta roja”, autobús y hasta contrato de trabajo, escogiendo, según prefiera, ser obrero, albañil o peón. Pero con destino, pasaje, lunch y “chamba” asegurada de antemano.

Luego, entonces, si nosotros lo sabemos, es seguro que lo sabe la alta autoridad de la Casa Blanca y, ergo, su discurso es mentiroso y tiene otras intenciones que la seguridad de su nación. No sabemos lo que pretenda ocultar, disfrazar o distraer al enfocar sus obsesiones sobre la frontera mexicana, orillando a sus legisladores a enfrentarse en algo tan inútil y tan innecesario.

Por eso, si Donald Trump creyera en el recurso del muro, sería incómodo para México. Pero si no creyera, quizá sería peor lo que, sin decirlo, esté tramando contra México, contra otro país o contra una parte de sus nacionales.

Pero, como dijimos al principio, no sólo está la paja en el ojo ajeno, sino que nosotros también tenemos nuestra viga. Así que, ahora, veamos la radiografía mexicana.

No podemos ser gratos para ellos cuando los migrantes entran a México en caravanas multitudinarias, ante los medios de comunicación, frente a la complacencia de la autoridad, utilizando todo tipo de transporte, escoltados por todo el territorio, hospedados oficialmente, alimentados gratuitamente y estimulados para que, de la manera más rápida y más cómoda, lleguen a las puertas de la frontera norte. Ante eso, es muy difícil refutar el discurso muralista y xenofóbico de Donald Trump.

Algo similar nos sucede con el discurso de los narcóticos. Éste es mucho más peligroso que el de los migrantes porque no tiene ni disculpa ni defensa. Las organizaciones humanitarias pueden hablar por los que transmigran, pero nunca podrían hablar por los que trafican. Los migrantes tienen defensores. Los traficantes no los tienen. Salvo que algún país, que se ostente como buen vecino, pero que, sin embargo, les alcahuetee la impunidad, les facilite la fuga o les prometa la amnistía.

Es por eso que, durante 30 años, México y Estados Unidos acordaron la inteligente proscripción del discurso de las culpas. Durante los gobiernos de cinco presidentes mexicanos y de cuatro presidentes estadunidenses no nos escupimos en la cara. Desde Bush hasta Obama y desde Salinas hasta Peña ni nosotros dijimos que ellos eran unos irredentos consumidores que nos corrompían ni ellos dijeron que nosotros los hubiéramos empujado al abismo de los vicios.

Por el contrario, nos aplicamos a la colaboración recíproca, a la cooperación antidelincuencial y a la tolerancia sensata, que no al insulto ni a la ofensa ni a la calumnia ni al odio ni a la venganza. Todo ello no nos llevaría a nada positivo en estas luchas que nos asocian.

Quizá nunca lleguemos a querernos ni falta que le hace a ellos ni a nosotros. Pero si queremos parecer buenos amigos, por lo menos simulemos. Y si queremos ser buenos vecinos, por lo menos cavilemos. Porque una casa hipotecada no se salva quemándola.

 

Presidente de la Academia Nacional de México

Twitter: @jeromeroapis

 

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