…and a happy New Year!

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I wish you a Merry Christmas,

I wish you a Merry Christmas,

I wish you a Merry Christmas…

 

El funeral de los siete niños muertos en el incendio de su “casa” en Santa Cruz Meyehualco fue impresionante. Valla humana para abrirles paso de la iglesia al panteón, niños cargando ataúdes de otros niños. Mala forma de despedir un año que, de todas maneras, deja mal sabor de boca. Mala forma en la que reciben el año nuevo los niños centroamericanos migrantes que, separados de sus padres, viven el maltrato de las autoridades de los Estados Unidos.

Poco nos estremece. Después de todo, solamente son niños en la llamada condición de calle para quienes –piensan algunos– la muerte es mejor opción para la vida que les tenía guardada su país. Después de todo, los centroamericanos padres de estos niños maltratados debieron meditar antes de lanzarse a la cruzada imposible.

¿Qué nos está pasando?

Que estamos despojándonos voluntariamente de los últimos vestigios de humanidad que nos quedaban. No es nuestra toda la culpa. La crispación que nos invade y la frustración que va ratificándose diariamente logran hacernos más egoístas, menos solidarios, más lobo del hombre. La indiferencia se ha convertido en nuestra nueva religión.

Esa indiferencia no se aplica a las perspectivas del año que inicia esta mañana. El fantasma del desempleo se erige frente a nosotros y comienza ya a cobrar víctimas; por el momento, sólo en las filas de la burocracia menor, la que cobraba por honorarios y no estaba adscrita a los sindicatos cómplices. En el simplismo ramplón de las impopulares decisiones del poder ensoberbecido, todos eran “aviadores” que cobraban sin trabajar. Ya vendrán los recortes de la austeridad republicana en el sector privado, que está resultando beneficiado con una mayor demanda de trabajos a cualquier salario.

Las promesas y el sueño de que los combustibles bajarían de precio quedaron precisamente en eso, promesas de campaña que se olvidan con presteza. Y todos conocemos –lo hemos experimentado ya– las consecuencias del precio alto de los combustibles y su reverberación en todos los costos de vivir, por más remiendos que se les haga a los raquíticos salarios mínimos y medios.

El espíritu decembrino ya se va, afortunadamente. Es muy difícil mantener el optimismo y sustentar los buenos deseos para el año que comienza. Que tengamos salud es el más socorrido de los augurios. Nadie se atreve a pronosticar bienestar, felicidad, contento, alegría. Parecería que debemos estar agradecidos con Dios, el destino, las tragedias o la suerte por el mero hecho de seguir existiendo. Gracias a la vida, que me ha dado tanto.

El futuro inmediato no parece desmentirme: el déficit del erario ha de crecer aunque suprima los apoyos de asistencia social que ahora se llaman de otra manera pero que no tienen manantial en donde abrevar, mientras los mexicanos del resto del país vemos la condición de privilegio que se les acaba de regalar a los ocho millones de los mexicanos de la frontera con la reducción del IVA a la mitad y del ISR al 20 por ciento y los precios homologados con el otro lado.

Feliz Año Nuevo. Sí, que signifique eso, lo que cada uno le queramos adjudicar como significado.

Por lo menos, que nos traiga salud.

 

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