Carta de una mamá viajando con su bebé en avión por primera vez

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CIUDAD DE MÉXICO. 

Querido compañero de vuelo,

No sé si lo puedas notar, pero llevo una semana sin dormir pensando en este justo momento. Sí, sí, lo que traigo en los brazos es un bebé y, sí, él y yo vamos a ser tus compañeros de vuelo durante las próximas 4 horas. No, no me parece pecado viajar con un niño tan chiquito a un lugar tan remoto. Puede ser que no lo capte todo, puede que la experiencia se pierda en su memoria, pero me gusta pensar que son los momentos de alegría los que fomentan su desarrollo.

A una parte de mí, la que se disculpa por todo y quiere agradar al mundo entero, con sonrisa de oreja a oreja, le gustaría decirte: “Hola, qué gusto, esperamos no molestarte mucho en estas 4 horas. Toma, te trajimos unas galletitas por el inconveniente. Podemos cambiar de lugar sin problema. ¿Quieres ventana o pasillo?”.

Otra parte de mí, anticipando la falta de empatía y el cuchicheo incómodo, diría: Que sí, que es un bebé. ¿Sí te acuerdas que no naciste adulto, no? Y que como aún no sabe expresarse, es muy probable que de pronto llore o grite o necesite moverse porque ÉSA ES SU FORMA DE COMUNICARSE.

¿Que si sé cómo va a portarse? En este preciso instante no sé si el romance que hasta ayer sostenía con el video del Pollito Pío vaya a durarle, siquiera, para el resto de la mañana. Ésa es la magia de un ser en construcción: la prueba, el error, los pequeños pasos, las caídas, la euforia, la búsqueda inmediata de un nuevo interés cuando algo ya no le satisface.

Por lo que a mí respecta, quiero pensar que vengo preparada para ayudar a que mi hijo la pase bien. Traigo todo tipo de artículos milagro en esta maletita: libros, juguetes, rompecabezas, calcomanías, pelotas, crayolas, leche, barritas de amaranto, galletas, dos sándwiches –uno salado y uno dulce–, un plátano, yogur, verduras deshidratadas, medicina para la panza, aceites esenciales, pañales, toallitas húmedas, alcohol en gel, pomada para las rozaduras, cepillo de dientes, pasta sin flúor, tres cambios de ropa y una almohadita. Para la hora cero: un chocolate, aceite de lavanda y un iPad.

Aun así, con todo esto, no puedo asegurarte nada, pero no quiero que haya lugar para malas interpretaciones. Hace unos años yo era esa persona que asociaba las palabras “niños” y “avión» con caos. No me tomaba el tiempo ni me daba la cabeza para ponerme en los zapatos de las mamás y los papás primerizos que viajan con sus hijos: del estrés al que están sometidos por enfrentarse a una experiencia desconocida en donde no tienen el control absoluto, de intentar de todas las formas posibles que la armonía en un espacio donde hay más de cien personas no se rompa y del pesar que causan el juicio ajeno y las miradas injustas…

 

Hoy estoy del otro lado, he aprendido mi lección y solo puedo decirte que estoy consciente de tu existencia, que respeto tu espacio, tu derecho a viajar en paz y que me aseguraré de que mi hijo, dentro de sus posibilidades –a su corta edad–, tenga también consciencia de ti.

 

A ti, que quieres ver a tu hija convertida en mujer realizada

¿Calmas a tu hijo con un celular o una tablet? este daño produce

 

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