Desecho de uno, tesoro de otro

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SAN FRANCISCO.

En el mismo barrio de San Francisco es posible encontrar la casa de Mark Zuckerberg y a personas que sobreviven recogiendo restos de basura.

A tres cuadras de la casa estilo Tudor de diez millones de dólares que tiene el fundador de Facebook en San Francisco, vive Jake Orta en un pequeño departamento con una sola ventana, lleno de desechos.

Hay un casco rosa para niños, una aspiradora, una secadora y una cafetera —todo en buen estado—, y un montículo de ropa que cargó hasta su casa en una bolsa de papel de Whole Foods luego de recuperarla del contenedor de la propiedad de Zuckerberg.

Orta, un veterano militar que se quedó sin hogar y ahora se aloja en viviendas subsidiadas por el gobierno, es un recolector de basura de tiempo completo; forma parte de una economía clandestina surgida en la metrópoli californiana.

Se trata de personas que vigilan las aceras frente a los hogares de los multimillonarios en busca de cosas que puedan vender.

La Alianza Global de Recicladores, una organización de investigación y defensa sin fines de lucro, cuenta con más de 400 organizaciones de recuperación de residuos en todo el mundo, casi todas en Latinoamérica, África y el sur de Asia.

Sin embargo, hay recolectores en muchas ciudades estadunidenses.

Orta, de 56 años, se considera un cazador de tesoros.

“Simplemente me sorprende lo que la gente tira a la basura. Nunca sabes lo que te vas a encontrar”, compartió luego de hallar unos pantalones de mezclilla casi nuevos, una chamarra negra de algodón nueva, tenis para correr Nike y una bomba para bicicleta.

Agregó que su objetivo es ganar de unos 30 a 40 dólares al día a partir de sus hallazgos.

Rebuscar y recolectar en los basureros es ilegal en California: una vez que un bote se saca a la calle, su contenido se considera propiedad de la empresa de recolección de basura, de acuerdo con Robert Reed, portavoz de Recology, la compañía contratada para recoger los desechos en San Francisco. No obstante, casi nunca se hace cumplir la ley.

Orta nació en San Antonio, Texas, en una familia de 12 hermanos.

Pasó más de 12 años en la Fuerza Aérea abasteciendo las aeronaves durante la guerra del Golfo de 1991 y fue enviado a Alemania, Corea y Arabia Saudita.

Para cuando regresó a su país, su esposa lo había dejado, tuvo problemas de alcoholismo y se quedó sin hogar.

Se mudó a San Francisco, y hace cinco años logró hacerse beneficiario de un programa que ayuda a los veteranos sin techo.

Desde entonces recorre las calles.

La primera regla para hurgar en un contenedor, dijo, es asegurarte de que no haya ningún mapache ni zarigüeya en su interior.

Algunos de los hallazgos recientes de Orta han sido: teléfonos, iPads, tres relojes de pulsera y bolsas de mariguana (“me la fumé”).

Ha llegado a encontrar bicicletas cubiertas de arena fina.

Los recolectores clandestinos de basura se clasifican en varias categorías amplias.

Lo que consterna más a la ciudad son las camionetas maltratadas, conocidas como “flotillas de mosquitos”, que andan por todo San Francisco recolectando residuos reciclables, lo que deja a Recology, y por consecuencia a la ciudad, sin ingresos, explicó Bill Barnes, portavoz de la oficina del administrador de la ciudad.

“Ese es un problema importante para los residentes, ya que provoca que haya índices más altos de basura”, indicó Barnes.

Los recolectores como Orta van tras los basureros destinados a los vertederos, cuyos contenidos de otro modo terminarían en lo que se conoce como la fosa: un agujero en el suelo a las afueras de la ciudad que parece una piscina gigante, donde la basura que no se puede reciclar se tritura y una excavadora enorme la compacta; luego, una flotilla de camiones la lleva hasta un vertedero ubicado a una hora y media de distancia.

San Francisco exporta casi 50 cargamentos al día.

Orta vende lo que recupera en los mercados.

En el contenedor de reciclaje azul marcado con la dirección de Zuckerberg había unas latas de refresco dietético A&W, cajas de cartón y propaganda de oferta de una tarjeta de crédito.

En el contenedor destinado al vertedero había remanentes del pollo de la cena, un pan rancio y empaques de comida china para llevar.

Orta hurgó en una bolsa de basura del contenedor.

“Sólo es basura, no hay nada aquí”.





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