El Águila Azteca a Kushner y otras perplejidades

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Todas las teorías son legítimas   y ninguna tiene importancia.

Lo que importa es lo que hacemos con ellas.

                                                Jorge Luis Borges

El estado de ánimo social ante el cambio de sexenio no es de miedo ni de entusiasmo, es de perplejidad. Nadie parece saber a ciencia cierta qué es lo que viene, ni siquiera el próximo equipo gobernante, lleno de dudas y contradicciones.

Se ha insistido tanto en el cambio de régimen y la Cuarta Transformación que no se termina de comprender que los límites de la política son estrictos cuando chocan con la realidad. Y, sin embargo, se sigue actuando como si esos límites no existieran, se sigue pensando que el mandato popular alcanza para todo. O, por el contrario, que en la derrota todo se puede justificar.

El sexenio termina como transcurrió, sin tomar en cuenta la sensibilidad popular, el sentimiento de la gente. La caída en la popularidad del presidente Peña Nieto no comenzó con la Casa Blanca o Ayotzinapa, sino mucho antes, con la Reforma Fiscal que impulsó Luis Videgaray en acuerdo con el PRD, luego de un primer año de gobierno que estuvo muy por debajo de las expectativas económicas creadas.

La Reforma Fiscal distanció al gobierno con los empresarios y, sobre todo, con las clases medias. Logró el objetivo de aumentar la recaudación, pero lo hizo escarbando en los bolsillos de los contribuyentes cautivos, no cumplió lo que había prometido, generalizar el IVA y reducir el ISR, sino todo lo contrario.

Desde entonces la clase media se alejó de Peña Nieto y nadie hizo nada por recomponer esa relación. Es la misma clase media que votó en masa por López Obrador en julio pasado, la que hizo la diferencia respecto a las elecciones anteriores.

Es la misma que se indignó cuando en agosto de 2016 Donald Trump fue invitado a Los Pinos. El entonces candidato venía de calificar a los mexicanos de ladrones y violadores, exigía muros y amenazaba con represalias. Y fue invitado a la casa presidencial, honrado como lo que no era, un jefe de Estado.

Puede ser, como se ha dicho y visto el resultado de los comicios presidenciales de ese año, que esa visita haya tenido algún beneficio, pero lo cierto es que nunca estuvo tan baja la aprobación del presidente Peña, quien desde entonces pudo ver como se destruía cualquier posibilidad de mantener en el futuro el poder.

Pero no aprenden. El viernes, el presidente Peña concluirá su mandato con la firma del nuevo Tratado de Libre Comercio con EU y Canadá. En su gestión de claroscuros, la renegociación y la firma del nuevo T-MEC es, sin duda, un logro que perdurará en el futuro. Pero han decidido manchar ese evento, que por sí mismo tendría enorme significado a unas horas de transferir el poder, otorgando la condecoración del Águila Azteca al yerno y asesor del presidente Donald Trump, Jared Kushner.

¿Realmente Kushner merece tal reconocimiento en un momento en que se amenaza con cerrar fronteras, construir muros, cuando nuestros paisanos están siendo más perseguidos que nunca en la Unión Americana?

Puede ser que, en secreto, Kushner, con quien también Luis Videgaray coordinó aquella visita de Trump a México en  2016, haya realizado gestiones con su suegro para aminorar la belicosidad de la administración Trump, pero me imagino a miles de estadunidenses que han tenido y tienen una actitud, una convicción y una historia de relación con México infinitamente mayor que la del esposo de Ivanka Trump.

No tiene sentido, salvo si pensamos en el futuro profesional de algunos próximos exfuncionarios, y ensucia el mayor logro, la renegociación del tratado, de los últimos años de la administración Peña. Otra vez la distancia con la gente: no se entiende que esa condecoración lastima y ofende a muchos que recordarán más ese hecho que la ratificación del nuevo tratado comercial.

Mientras tanto, el próximo gobierno no nos ahorra tampoco perplejidad alguna. La pregunta de quién manda en el Congreso o mejor dicho, de quién es el enlace con el Congreso, no deja de ser una constante. Se suceden los errores y las ocurrencias a un costo alto. Por lo pronto las bancadas de Morena, sin ninguna necesidad más allá de su ánimo de mayoritear a como dé lugar, han descubierto que tienen mayoría simple, pero no constitucional en las cámaras y han unido a todos los partidos de oposición para frenar la iniciativa de la retirada del fuero constitucional.

Y algo similar puede suceder con la Guardia Nacional, que requiere 13 reformas constitucionales para crearse.

No es verdad lo que dicen sus voceros de que así era en el pasado: sobre todo en el último sexenio salieron innumerables reformas constitucionales con votos de todos los partidos, participan todos en comisiones y muchas iniciativas no avanzaron o fueron modificadas porque no obtenían el consenso suficiente.

Por supuesto que las mayorías están para eso, para sacar adelante sus propuestas, pero también para buscar acuerdos y consensos que den mayor amplitud a sus objetivos, asumiendo que para eso se debe negociar y conceder. Hoy parecen que siguen en el mitin perpetuo sin comprender que en 48 horas López Obrador será el Presidente de la República.