El destino del PRI

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Para nadie es un secreto que el PRI volvió a perder, el pasado primero de julio, la Presidencia de la República debido al hartazgo de la mayoría de la población que dejó de ver en el otrora “partido hegemónico” una alternativa para salir de la situación en que se encuentra cerca de la mitad de la población (la pobreza), así como el nivel de ineficiencia que ha alcanzado en el ejercicio de gobierno, tanto a nivel federal como en los estados que aún conserva, salvo honrosas excepciones.

Y ese hartazgo social sin precedentes se debe a tres factores que terminaron por hundir el “barco” que nació en 1929 bajo las siglas del Partido Nacional Revolucionario y que durante gran parte del siglo pasado se encargó de institucionalizar la vida pública de la nación: corrupción, falta de identidad de sus militantes y alejamiento de la gente. Sin embargo, no se le puede regatear al partido tricolor su aporte al desarrollo social, económico e institucional del México moderno que tuvo su auge entre 1940 y 1970 con el llamado Milagro Mexicano, cuyo origen estuvo fincado en la estabilidad económica, un desarrollo nacional continuo que mantuvo la economía libre de “topes” como la inflación, déficit en la balanza comercial, devaluaciones y demás variables que lograron una estabilidad sin precedentes.

Después vino el “populismo” de los setenta que derivó en 1982 en el inicio de la adopción de un modelo que cambió de raíz la forma no sólo de la economía, sino la manera en que gobernó la naciente “clase política” inspirada en el modelo neoliberal adoptado de lleno en 1988 por Carlos Salinas de Gortari. Ahí fue el acabose.

Lo peor es que en muchos estados del país donde el PRI continúa siendo gobierno las cosas no pintan nada bien, salvo en aquellas entidades donde la visión política de las nuevas generaciones de priistas ha logrado dar resultados evidentes. Casos como Oaxaca y Campeche dan cuenta de que sus jóvenes mandatarios pueden, con éxito, afrontar los retos que les dejaron gobiernos del pasado y que, contra viento y marea, trabajan en la actualidad con el gobierno de Morena, aunque para “algunos” opositores eso signifique la claudicación a sus orígenes y conviciciones ideológicas por “quedar bien” con el nuevo mandatario federal.

Algunos de quienes hoy aspiran a dirigir al PRI lanzan críticas a sus propios correligionarios sin tener siquiera la calidad moral para refundar a un partido que se perdió entre la corrupción y la ineficiencia política. “Cartuchos quemados” como Ivonne Ortega, sobre quien pesa una losa tras su desastroso paso por la gubernatura de Yucatán; Ulises Ruiz, cuyos estropicios siguen padeciendo los oaxaqueños y, ya no se diga, el exgobernador de Durango, Ismael Hernández Deras, acusado de tener vínculos con el crimen organizado o malversación del dinero público como otros exmandatarios hoy reunidos en la cárcel o prófugos de la justicia.

Lo que hoy necesita el PRI son líderes jóvenes, con visión de futuro, que logren modificar los estatutos de un partido cuyo último candidato ni siquiera militaba en ese partido y que pagó caro su error al ser desplazado a un lejano tercer lugar con apenas 8 millones de votos (aproximadamente). Hace unos días, Alejandro Moreno Cárdenas, gobernador de Campeche, lanzó públicamente su candidatura con la convicción de “darle futuro” al Revolucionario Institucional. No cabe duda de que tiene con qué: trabajo, claridad de ideas y, principalmente, liderazgo nacional, que es lo que hoy requiere un partido que, sin duda, le urge refundarse y no refundirse. Por lo menos las encuestas al interior del PRI otorgan a Moreno Cárdenas “la punta” de las preferencias con 38 por ciento de intención del voto por encima del resto de precandidatos. Es ahora o nunca.

 

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