El gigante marino y los arpones de la indiferencia

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01 de Enero de 2019

Oceanógrafos, biólogos y diversos organismos, como Naciones Unidas, advierten que en un futuro no lejano habrá más plástico que vida marina.

Entonces, ese mundo acuático, que también es el sustento de naciones de pescadores y proveedor de alimento para las personas, no lo será más, de continuar por los caminos de la contaminación y depredación.

Un ejemplo. Las noticias sobre animales marinos muertos por ingesta de residuos plásticos o lacerados mortalmente son cada vez más frecuentes.

La inmensidad no salva a las ballenas de las acciones atroces del ser humano. Y no, que quede claro, no son como la bestia marina Leviatán.

En los últimos años se han documentado diversas muertes por ingesta de bolsas, botellas y otros artículos de plástico.

En junio de este año una ballena piloto murió en las playas de Tailandia por haber tragado más de 80 bolsas de plástico.

El Fondo Mundial para la Naturaleza informó, en noviembre pasado, que en Indonesia otro cetáceo sucumbió a causa de los plásticos. Se le encontraron en el estómago más de cinco kilogramos de este tipo de basura, entre 110 vasos, 19 piezas de plástico duro, cuatro botellas, 25 bolsas y otros residuos.

Pero, lastimosamente, a esta amenaza plástica hay que volver a sumar la caza.

Las ballenas no tienen muchos depredadores, ni los tiburones las amedrentan, pero desde el siglo XVIII la pequeñez del hombre las ha puesto en peligro inminente.

Hubo un tiempo en el que su caza fue un negocio muy jugoso. No había país sin barcos balleneros. Estados Unidos, uno de ellos.

La carne era de consumo humano y la grasa se usaba para elaborar aceite para lámparas, velas, jabones y otros productos.

Con las barbas se elaboraron cepillos y estructuras para hacer paraguas. Sus huesos y dientes también fueron empleados para varios utensilios.

A mediados del siglo XIX las poblaciones de ballenas disminuyeron drásticamente. Sin embargo, el descubrimiento del petróleo hizo que por lo menos Estados Unidos retirara sus embarcaciones balleneras de los mares. Japón y otras naciones no lo hicieron.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1946 nació la Comisión Ballenera Internacional (CBI), cuyo propósito es velar por la conservación de las poblaciones de los cetáceos, además de posibilitar “el desarrollo ordenado de la industria ballenera”.

Fue hasta 1986 que la CBI prohibió la caza comercial. Pero algunos países han sido reticentes a ponerle fin a esta actividad depredadora.

La ballena azul, la franca austral, la minke y el cachalote siguen siendo víctimas de los arpones, lo cual ha puesto a estas especies al borde de la extinción.

Noruega, Islandia y Japón se niegan a dejar de cazarlas. Para ello se escudan en la investigación científica y tradiciones ancestrales.

Después de la prohibición de 1986, los japoneses e islandeses lanzaron sus propios programas de cacería para fines científicos, sin embargo, de acuerdo con especialistas, de esa manera encubren la caza comercial.

Noruega abiertamente continúa con la matanza para fines comerciales de la especie minke.

Sin lugar a ninguna duda, los vacíos legales de la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas siguen tiñendo las aguas de sangre.

No sólo eso. No se ve para cuándo se acabe la “tradicional” matanza de ballenas llamada Grindadráp en la islas Feroe, Dinamarca. La del verano pasado masacró con arpones y cuchillos a 180 ejemplares de ballenas piloto y delfines en las aguas del Atlántico Norte.

Una más. Hace unos días, Japón anunció que tras casi siete décadas de ser miembro, se retirará de la CBI para reanudar la caza comercial de ballenas bajo el pretexto débilmente sustentado de ser esta actividad de gran importancia cultural, pese a que la demanda de su carne ha caído.

De acuerdo con ambientalistas, la decisión va más por el lado de rechazar una imposición de occidente.

Como sea. La tierra del Sol naciente es ejemplo mundial en muchos ámbitos, como estar entre las cinco principales economías, pues su industria automotriz y desarrollo e innovación tecnológicos, por mencionar algunos rubros, son detonantes de su riqueza.

Sin embargo, la caza comercial de ballenas, tanto en aguas territoriales como en la región antártica, mancha su expediente de nación de primer mundo.

Y no nada más es Japón. Noruega, Islandia y Dinamarca, así como luchan contra el cambio climático al abastecerse de energías limpias, deberían poner el ejemplo en la conservación del animal más grande del planeta.

Los océanos no son infinitos ni muchos menos las especies que ahí habitan.

Las ballenas, hoy por hoy, son un símbolo en la conservación de la biodiversidad marina.

 

Periodista

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Twitter: @lorerivera

 





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