El spa de los poderosos

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Esta semana, como cada año, tiene lugar la 73 Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York.

Ese bonito escenario donde los líderes de las naciones entran en una suerte de pasarela con sus discursos perfectamente estudiados para analizar el concierto internacional, otros a lucirse y, algunos, a hacer turismo burocrático.

Hasta el cierre de esta edición, el premio a la picardía lo había ganado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al asegurar que “en menos de dos años, mi gobierno ha logrado más que casi cualquier otra administración en la historia de nuestro país” (Lincoln, Wilson, Truman, Reagan, Clinton y Obama eran tan sólo unos principiantes). Por supuesto que sus compinches presidentes no pudieron contener las carcajadas que les provocaba semejante afirmación. ¿Lo más sorprendente? Donald Trump ¡ni entendía por qué se reían!

Trump no perdió la oportunidad de atacar a Venezuela y a su mandatario Nicolás Maduro y su discurso estuvo plagado de las obviedades y fobias típicas de los estadunidenses en esta reunión.

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, en su oportunidad desmintió a Trump al decir que el socialismo no era la causa de los males mundiales y sí lo son la desigualdad y la pobreza.

Enrique Peña Nieto se despide de este foro reiterando la crítica al bloqueo económico al que tiene sometido Estados Unidos a Cuba, al proteccionismo y a la exclusión. Lugares comunes, señalamientos repetitivos y nada nuevo.

Mauricio Macri, líder argentino, denunció a Nicolás Maduro y reiteró su reclamo por las Islas Malvinas, nada nuevo, nada importante.

Probablemente, la única intervención “interesante” estuvo a cargo del presidente persa, Hasan Rohani, al señalar que Irán no acepta amenazas, presiones ni sanciones y que busca preservar la paz y la seguridad.

Obviamente y continuando con el guión, el Presidente venezolano será el encargado de culpar a Estados Unidos de todos los males que le aquejan y la crisis humanitaria que se vive en su país, añadiendo algunas clases de moral y ética para sus compañeritos de sesión.

Si nos ponemos a analizar las intervenciones y discursos, es lo mismo que se ha venido hablando por décadas. Cambian los actores y las situaciones, pero es lo mismo. Discursos con aspiraciones de trascender, buenos deseos y obviedades.

La Asamblea General de la ONU tendría sentido si se lograran acuerdos, si tuviera la capacidad de obligar a sus miembros a acciones multilaterales, pero no. Desafortunadamente, se ha convertido en una herramienta tan arcaica como estéril.

Un Estados Unidos con demencia senil, Rusia con artritis reumatoide y todos los demás esperando un milagro que les permita mover al menos una mano.

El poder es una gran responsabilidad, pero al parecer sólo puede ser usado cuando un conflicto es popular o de alguno de sus enemigos.

El Consejo de Seguridad de la ONU es un emblema caduco e inútil de lo que debería ser una fuerza multinacional para promover la paz y seguridad.

Conflictos como el palestino-israelí, Crimea, Siria y una decena más ponen de manifiesto su acción a través de intereses propios.

Eliminar el derecho a veto sería el inicio de la terapia intensiva que requiere dicho Consejo, que pareciera más un club de luchadores jubilados que un garante de la paz.

Twitter: @kimarmengol

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