Está carbón 2019/05/07 | Excélsior

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07 de Mayo de 2019

La Revolución Industrial trajo desarrollo y crecimiento a través de los combustibles fósiles. De entre ellos, el carbón —que alimentó a la máquina de vapor— ha sido una fuente generadora de energía.

Sin embargo, se trata de uno de los combustibles fósiles que más gases de efecto invernadero (GEI) produce.

La minería de carbón tiene altas emisiones de metano y se expulsan a la atmósfera.

Aun sabiendo lo anterior, el 38% de la electricidad mundial sigue generándose a través del carbón, además de ser altamente pernicioso para el clima.

Las emisiones de GEI han provocado una crisis climática con efectos adversos insospechados.

Ello nos está llevando al punto de no retorno, aun así, muchos países no están dispuestos a la eliminación total.

Hay presidentes que se han comprometido a impulsar y dar apoyos a ese sector.

Donald Trump, de Estados Unidos, es uno de ellos. El respaldo que prometió a la industria del carbón antes y después de llegar a la Casa Blanca es categórico.

A pesar de ello, en estos dos años de mandato se cerraron más plantas generadoras de carbón que en los primeros cuatros años de gobierno de Barack Obama, de acuerdo con la Administración de Información Energética de EU.

Pero los compromisos de las naciones firmantes del histórico Acuerdo de París son bajísimos.

Ninguna de las contribuciones determinadas a nivel nacional de los países para 2030 está en línea, ni mucho menos con la advertencia del IPCC para evitar que la temperatura llegue a 1.5 grados centígrados.

Mientras que en naciones de la Unión Europea y China el consumo de carbón baja —aunque no a la velocidad ni con la urgencia requeridas—, en Vietnam y Bangladesh se incrementa debido a que nuevas plantas de este fósil se construyen para llevar electricidad a quienes no tienen.

Sí, el carbón es barato.

En México, después del petróleo, el carbón es el segundo combustible que se tiene para la generación de energía.

Quizá por ello, el gobierno federal se comprometió a construir una carboeléctrica más y suscribirá un acuerdo para que la Comisión Federal de Electricidad compre el combustible a los productores de la zona carbonífera de Coahuila.

Es cierto, en esa zona no hay más, sólo trabajar en las minas. Sin embargo, tampoco hay una estrategia que dé opciones.

Lo menos que se puede esperar del gobierno es continuar con los compromisos respecto al cuidado del ambiente y la lucha contra la degradación de los ecosistemas y el cambio climático.

Pero no se vislumbra en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. Sólo hay un apartado titulado Desarrollo sostenible y la definición de éste.

Tampoco hay una línea estratégica para enfrentar
 el golpe del cambio climático frente a la vulnerabilidad del país.

En materia de salud, no se lee sobre el reto que representan las enfermedades respiratorias y cardiovasculares resultantes de la contaminación del aire.

Ahora bien, en 2017, en el marco de la COP23 en Bonn, Alemania, 21 países liderados por Canadá y Gran Bretaña, incluido México, anunciaron que abandonarían el uso del carbón en la próxima década, además de la creación de una alianza para eliminar de una vez por todas esa fuente energética contaminante hacia mediados de siglo.

Aquí cabe preguntar si México se mantendrá en esa alianza o si en algún momento decidirá retirarse.

Ojalá que no. Es deseable, por el bien de todos y de los más vulnerables, que el país continúe con los compromisos en materia de cambio climático.

Y sería prudente hacer eco de las palabras de José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, en el sentido de que si bien los proyectos de infraestructura de la actual administración son prioridad, como la refinería, se espera sean congruentes con los compromisos de México respecto al ambiente y la lucha contra el cambio climático.

No echar en saco roto el cuestionamiento de que mientras en otras latitudes el carbón va a la baja, cómo asegurar que una carboeléctrica nueva tenga disciplina ambiental.

Reducir los efectos adversos del cambio climático es tarea de todo el mundo y disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera es más que nunca una obligación.

Un futuro energético sin carbón es el desafío.

Tal vez, sólo tal vez, acelerando la descarbonización de las economías hacia 2030 el porvenir sea menos hostil.





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