Ignacio Anaya- La consulta de López Obrador

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05 de Noviembre de 2018

 

El pragmatismo tiene fundamento en sus resultados. Los políticos de carrera lo saben y por eso toman decisiones a partir de los contextos o circunstancias que van enfrentando. Para ningún gobernante hay otra manera de cumplir metas.

En México la estabilidad se ha nutrido del manejo asertivo frente a situaciones o variables no previstas. La experiencia ha probado lo complicado que supone darle rumbo a la nación a partir de principios inamovibles. Se sostiene quien sabe adaptarse o desarrolla la habilidad de adelantarse a escenarios conflictos.

El affaire generado sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) ilustra precisamente el pragmatismo del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador quien decidió adelantar el anuncio de que se cancelará la construcción de esa obra, luego de realizar una precipitada consulta. El impacto ha sido fuerte, incluso de parte del todavía presidente Enrique Peña Nieto, quien respondió que la obra seguirá hasta el último día de su mandato.

Si el presidente electo adelantó su decisión es porque el NAIM adquirió un nuevo valor: no es sólo una obra cuestionada por sus costos o su impacto ambiental. Hoy el aeropuerto vale por lo que significa en la disputa por el poder fáctico. Anunciar su cancelación constituye un golpe de timón frente a un gobierno saliente que resiste aceptar el cambio de mando. Como presidente, López Obrador tiene la facultad para suspender una obra del gobierno federal. ¿Por qué movilizar a una parte de sus bases?

El sentido común diría que no había necesidad. Mucho menos cuando había previsto concesionar la continuidad del nuevo aeropuerto en Texcoco, una vez revisados los contratos y luego de una auditoría. Definitivamente algo pasó durante los acuerdos de transición que lo llevó a tomar la decisión de edificar el nuevo aeropuerto en la base aérea de Santa Lucía, fortaleciendo el actual aeropuerto y al de Toluca, no desde su legítima autoridad sino respaldado en una consulta abierta, que por lo accidentado de su implementación ha sido duramente cuestionada.

¿Cambiará la política de gobierno y de obra pública en la nueva administración por la cancelación del NAIM?

Por supuesto que no. Eso no está en juego. Pero sí hay algo más, algo que no se ha dimensionado en la opinión pública, si bien puede deducirse por la forma en que López Obrador ha señalado que llega al poder con un mandato contundente de cambio y combate a la corrupción.

Desde nuestra perspectiva este affaire proyecta la dimensión pragmática del tabasqueño. La efectividad de la consulta radica en que demuestra su capacidad de convocatoria y de respuesta.

En el fondo, la decisión de consultar a la ciudadanía, particularmente a la enorme masa de simpatizantes que lo llevaron al poder, debe entenderse como una medida emergente y consecuentemente pragmática para mantener activo el contrapeso que podría necesitar en su confrontación con el “poder económico y financiero”, que sin duda será la verdadera oposición de su administración. La contundente fuerza legislativa que lo acompaña deja entrever que en este momento la presión no vendrá del Congreso sino de los poderes de facto.

La votación sobre el NAIM no le da legitimidad al próximo presidente; en realidad le permite enviar un mensaje contundente: que su gobierno irá de la mano de los millones de votantes que le dieron el triunfo presidencial para construir gobernabilidad.

Sin duda -y así ya fue anunciado después de la consulta- López Obrador buscará de nueva cuenta conciliar posturas con los representantes del empresariado, pero al mismo tiempo estará mostrando sus cartas de fuerza que no son pocas: el aparato de Estado y la movilización ciudadana.

El presidente electo es un político experimentado con mucho sentido común y olfato, pero sobre todo habilidad pragmática.

Ahí radica su fortaleza: esa posibilidad de mover las piezas del ajedrez, de sumar el apoyo de sus adversarios ideológicos pero, sobre todo, de poderse reinventar con facilidad. De sus actos como presidente electo no puede concluirse mucho, acaso esta capacidad camaleónica para decidir en función de la coyuntura.

López Obrador asumirá su cargo con un llamado al voto duro que lo hizo ganar, un voto de abajo, de clase, de inconformidad con los contrastes sociales y económicos. Ese es el punto que debe destacarse de la consulta: la movilización ciudadana.

El mensaje ya está sobre la mesa y no versa sobre el nuevo aeropuerto, su verdadero contenido abona a la reconfiguración que buscará darle al poder: que se terminó la vinculación entre el poder económico y el poder político.

 





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