‘La carta secreta de Darwin’ (Segunda Parte/ Capítulos 27, 28 y 29)

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SEGUNDA PARTE

VEINTISIETE

Martina fue a su escuela para recoger su certificado y despedirse de sus maestros. Había sido un año durísimo y, a pesar de todo, sus resultados no eran tan malos. Pensó en lo que pasaría si abandonaba la escuela. No era una estudiante extraordinaria, pero disfrutaba del ambiente y de muchas de las cosas que ahí aprendía. La idea de la Universidad la tenía entusiasmada y ahora todo estaba en riesgo por su inmadurez.

El tema de Ana seguía rondando en su cabeza y apenas conservaba esperanzas; habían pasado ya varias semanas y no se encontró un solo rastro. Recordó a su madre y sintió tristeza, quizá todo hubiera sido más fácil con ella a su lado aunque tenía claro que su padre y el tío Luisito se convirtieron en un apoyo formidable.

Pasó por la oficina de Gustavo para despedirse pero su cubículo estaba vacío y decidió regresar a casa. Cuando salió, se dio cuenta que algo raro pasaba, sin acertar a saber exactamente de qué se trataba, algo no embonaba pero no tenía cabeza en ese momento para averiguarlo.

VEINTIOCHO

Drummond llegó al hotel temprano, desayunaron juntos para ultimar los detalles de la ponencia que Pedro Pablo daría a estudiantes de posgrado de la Universidad de Londres que trabajaban en la Estación Marina de Milport, en Escocia. Pedro Pablo le platicó con más detalle de su charla, afinaron conceptos para el día siguiente y Drummond se ofreció amablemente a llevarlo a la estación Victoria con el fin de que tomara el tren hacia Bromley South, donde a su vez tuvo que tomar el autobús 146, que finalmente lo dejó en Down en un viaje que en total duró un poco más de media hora.

Caminando a través de un agradable paseo, llegó a la casa que reconoció por las múltiples fotografías que había visto de ella. Fumó un cigarro poco antes de entrar mientras la observaba: “es una casa muy fea”, había anotado Darwin en su diario. Se trataba de un amplio casco de dos niveles con múltiples chimeneas. La fachada blanca con algunos setos y el techo gris de una, dos y hasta cuatro aguas, daban cuenta de las múltiples remodelaciones que Sir Charles había hecho en los cuarenta años exactos que la habitó. Pedro Pablo entró a la casa y reconoció la sala de estar en la que el científico inglés tomaba un descanso a mediodía y escuchaba a su esposa Emma leer las cartas que llegaban copiosamente a Down, o interpretar a Brahms y Chopin al piano. Entró a la sala de billar, Darwin era un gran aficionado y jugaba con sus hijos o sus sirvientes. Finalmente, ingresó al estudio en el que se encontraba el famoso sillón orejero y un descansa pies. En ese sitio había escrito “El Origen”, a partir de la famosa carta de Wallace. Pedro Pablo se tomó unos minutos para observar el sitio y trató de sentir la atmósfera y el estado de ánimo del inglés mientras hacía historia. Pensó también en si por la mente de Darwin se cruzaron dilemas morales. Pedro Pablo sabía que el habitante de Down siempre se comportó con enorme rectitud y nobleza. Sin embargo, ¿los juicios de la Historia tienen un nivel de detalle humano necesario? No lo parecía, el filtro de los estudiosos (a veces creía que era lo correcto, pero no estaba seguro) carecía de análisis de personalidad y se centraba en logros de bulto en serendipias y eurekas, que normalmente derivaban en estatuas y homenajes. Recordó su archivo de transcripciones y decidió salir al jardín –amorosamente cuidado por Darwin para realizar sus investigaciones- y abrió su lap top para buscar estos residuos de humanidad que recordaba en las cartas de algunos notables; Pedro Pablo contaba con un archivo muy grande y bien ordenado de correspondencia, las más valiosas de sus cartas eran autógrafas, pero otras simplemente eran transcripciones que él hacía de originales y que leía de cuando en cuando. Encontró primero una carta de Sigmund Freud dirigida a su novia (más tarde esposa) Martha fechada en 1895 que arrojaba algunas pistas sobre las normas de tolerancia del padre del psicoanálisis:

En primer lugar, a la pregunta de si te dejo patinar te contesto rotundamente que no. Soy demasiado celoso para permitir tal cosa. Yo no sé patinar y, aunque supiera, no tendría tiempo para acompañarte y alguien habría de hacerlo, de modo que olvídalo.

Pedro Pablo hizo un gesto mientras observaba las espirales de humo que salían de su boca. Pensó que si el padre Freud hubiera escrito dicha carta en el siglo XXI muy probablemente hubiera recibido en respuesta un sartenazo en su augusta barba. “Eran seres humanos”, pensó San Juan y a continuación buscó una carta que Albert Einstein escribió en 1914 a su esposa Mileva Marevic, una física notable que renunció a su carrera por él, instruyéndola acerca de algunas normas de conducta en casa y que perfectamente podría haber redactado Atila el Huno:

Deberás asegurarte de:

mantener mi ropa y la del hogar en buen estado.

servirme tres comidas en mi habitación.

mantener mi dormitorio y el estudio limpios, y debe quedar claro que mi mesa de trabajo es para mi uso exclusivo.

Renunciarás a cualquier tipo de relación personal conmigo en la medida en que no sea estrictamente necesaria por razones sociales. En concreto, renunciarás a:

sentarte en casa junto a mí.

pasear o viajar juntos.

Tendrás en cuenta los siguientes puntos:

no mantendremos relaciones íntimas, ni me reprocharás nada.

dejarás de hablarme si yo te lo pido.

abandonarás mi dormitorio o estudio inmediatamente y sin protestar, si te lo pido.

Te comprometerás a no menospreciarme delante de nuestros hijos, ya sea con palabras o hechos.

La historia, reflexionó Pedro Pablo, siempre se reserva estos detalles escabrosos y si salían a la luz eran minimizados ante el poder de la genialidad. Después de comer un bocadillo y una cerveza que preparó en la mañana para su expedición decidió regresar a su hotel para ultimar los detalles de su presentación del día siguiente.

Sabía que su responsabilidad era total en caso de dar a conocer la carta de Darwin a Crivelli y necesitaba seguir pensando. La visita a Down no había aclarado sus ideas. Al llegar al hotel se dio tiempo de revisar su correo, encontró uno de Martina en el que le informaba que había sido aceptada en la UNAM, por fin una buena noticia, decidió festejar con un whisky, como siempre con un sólo hielo, y durmió temprano pensando en que el tiempo se venía encima.

VEINTINUEVE

El timbre sonó, era algo inesperado, ya que él nunca recibía visitas. Se dirigió a la puerta y por la mirilla observó a Martina, que en ese momento tocaba de nuevo. No supo exactamente qué hacer ¿cómo se justificaba la presencia de la chica? El nunca recibía visitas y prácticamente nadie conocía su dirección y se había cuidado de que fuera así exactamente. Por un momento titubeó, pero el asunto no parecía revestir ningún peligro, así que finalmente se puso un viejo suéter y abrió lentamente la puerta.

En efecto era Martina, que lo miraba sonriente.

´Devolvió la sonrisa sin anticipar que todo se derrumbaría en cuestión de segundos.

 

 





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