La República de las letras

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05 de Noviembre de 2018

—Con un abrazo solidario para Gonzalo Yáñez Vilalta.

 

DEMANDAN DIÁLOGO CULTURAL

Convocados por el académico César Villanueva y por Edgardo Bermejo, exagregado cultural en China y Dinamarca, diplomáticos y promotores entregaron una carta a la oficina de Alejandra Frausto, a la que demandan discutir la presencia cultural de México en el mundo y la cooperación internacional en la materia, temas excluidos de las llamadas mesas de diálogo organizadas por quien será la secretaria de Cultura del próximo gobierno. Se le recuerda a la futura funcionaria que “resulta fundamental reflexionar sobre los retos de la agenda cultural en el ámbito de los organismos multilaterales”, los desafíos de la promoción externa de nuestras comunidades artísticas y las prioridades en la cooperación bilateral y regional en cultura. Entre los firmantes figuran Héctor Orestes Aguilar, Eduardo Cruz Vázquez, Alejandro Estívil, Déborah Holtz, Leonel Morgan, Ignacio Toscano y Pablo Raphael de la Madrid. En suma, se trata de un oportuno mensaje para que el gobierno de López Obrador recuerde que, por su pasado y por su presente, México es una potencia cultural y que hay variadas razones para garantizar que lo siga siendo.

 

PREMIO A BENJAMÍN ROMANO

Por la Torre Reforma, considerada el mejor rascacielos del mundo, el arquitecto mexicano Benjamín Romano (1955) recibirá el International Highrise Award, que se otorga en Frankfurt, Alemania. Don Benjamín estudió arquitectura en la Universidad Iberoamericana, donde se tituló en 1978. Trabajó cuatro años con Heberto Castillo, con quien construyó su primera obra, un conjunto industrial en Hidalgo. Además de la Torre Reforma, que con sus 246 metros es el edificio más alto de México, son obra suya las torres Chapultepec, Bosques, Veranda y Tres Picos. Ésta se halla en Arquímedes y Rubén Darío y cuenta con una marquesina decorada por José Chávez Morado. Sus obras le han dado a ganar a Romano numerosas distinciones, entre otras, el primer lugar al edificio “inteligente” del American Institute of Intelligent Buildings (Chicago, 1993), Medalla de Plata por la Torre Tres Picos en la XI Bienal de Arquitectura Mexicana (2010) y el Premio Luis Barragán (2011).

 

SONORA EDITA A VALADÉS

El Instituto Sonorense de Cultura acaba de editar sendos libros de dos notables escritores: Edmundo Valadés y Abigael Bohórquez. El volumen del primero contiene La muerte tiene permiso, cuya primera edición apareció en 1955; Las dualidades funestas, de 1966, y Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita, libro de 1980. No aparece Antípoda, obra que en 1961 editó Juan José Arreola y que ahora es inconseguible. De cualquier manera, es plausible la edición de esos Cuentos reunidos y una autobiografía, a la que se agregó la conferencia ofrecida por el autor en 1967 en la Sala de Arte OPIC, sigla del Organismo de Promoción Internacional de Cultura que fundara Miguel Álvarez Acosta y dirigiera con singular desparpajo y certera visión el citado Abigael Bohórquez, el otro autor al que ahora publica el Instituto Sonorense de Cultura. Se echa de menos en este volumen un buen prólogo que refiriera la formidable gesta literaria que significó la revista El Cuento, donde tantos autores nóveles y consagrados llenaron esas páginas, que deben ser un orgullo para nuestras letras.

 

BOHÓRQUEZ, LA LLAMARADA

A Gerardo Bustamante Bermúdez se debe la recopilación, estudio y notas de la Poesía reunida e inédita de Abigael Bohórquez, un volumen de 700 páginas que ofrece libros conocidos del bardo de Caborca, como Las amarras terrestres o el intenso y doloroso Poesida. Abigael fue de los primeros en afirmar en su vida y su poesía la condición homosexual, por lo que puede considerarse un adelantado. Bohórquez fue también un ciudadano valiente que no dudó en condenar las atrocidades del poder, como lo muestra su Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo. Entre los mejores momentos de la difusión cultural está su paso por la Sala de Arte OPIC, la que con poco presupuesto y mucha imaginación se convirtió en punto de referencia, porque ofrecía buen teatro, música nueva y obra plástica de calidad. Ahí se presentaron numerosos jóvenes —René Avilés Fabila y Agustín Granados, entre otros— y, por supuesto, figuras consagradas, como el inmenso Efraín Huerta y, por si algo faltara, un colombiano bigotón que un buen día leyó ahí páginas de una novela loca, la que meses después se conocería como Cien años de soledad.

 

*jci





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