Negro récord de Erdogan respecto a derechos humanos

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29 de Diciembre de 2018

El inclemente combate que lleva a cabo contra agrupaciones kurdas de su país a las que considera terroristas, a pesar de haber contribuido junto con fuerzas norteamericanas en la expulsión de las fuerzas del Estado Islámico o ISIS en Siria, es una de las fuentes de los continuos y condenables atentados de Erdogan contra los derechos humanos.

La violencia represora que padecen los kurdos en Turquía tiene como uno de sus ejemplos paradigmáticos el caso de Selahattin Demirtas, máximo líder del Partido Democrático del Pueblo, de tendencia prokurda y que lleva encarcelado más de dos años por órdenes del régimen de Erdogan, por haber osado “representar desde el Parlamento a millones de ciudadanos turcos que aspiran a la paz y a derechos de igualdad”, según lo expresó la activista turca Kati Piri, en un reporte dirigido a la Unión Europea.

De hecho, el Parlamento Europeo ha considerado el caso de Demirtas como emblemático del profundo deterioro democrático que vive Turquía. Federica Mogherini, jefa de la política exterior de la Unión Europea, se ha expresado al respecto en términos muy duros: “El destino de Demirtas es un asunto que es cercano al corazón de muchos de nosotros. Él ha sido una figura clave en el debate democrático de Turquía. El día de hoy no sólo discutimos la suerte de un ser humano… sino también el estado de la democracia de Turquía… discutimos los derechos individuales y colectivos de todos los ciudadanos turcos (porque) la independencia de Turquía está siendo erosionada. Derechos fundamentales, tales como la presunción de inocencia, son frecuentemente ignorados y violados…Turquía debe apegarse inmediatamente a las normas de la Corte Europea de Derechos Humanos…”. Ni estas declaraciones ni las hechas por otros personajes relevantes en la conversación pública sobre democracia y legalidad han sido reportadas por los medios de comunicación turcos, que están controlados férreamente por el régimen. No es un secreto que, tal como lo ha reportado el Comité para la Protección de los Periodistas, Turquía es el más grande carcelero de quienes se ocupan en esa labor, con cifras más abultadas aún que las de países como China, Egipto y Arabia Saudita. Lo cual no obstó para que Erdogan condenara en los términos más severos el asesinato del periodista Jamal Khashoggi a manos de los esbirros del Reino Saudita.

Desde el fallido golpe de Estado contra el régimen de Erdogan del verano de 2016, se cuentan por decenas de miles los ciudadanos despedidos de sus trabajos, presos, vigilados y atemorizados ante la campaña persecutoria de todos aquellos que puedan significar algún obstáculo para la imposición de la voluntad omnímoda del hombre fuerte de Turquía. De tal manera que no es extraño que se eleven día con día las solicitudes de asilo de ciudadanos turcos a países de la Unión Europea, según lo reporta la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO por sus siglas en inglés) en su reporte del 11 de diciembre pasado. Las cifras al respecto proporcionadas por ese organismo en esa fecha son las más altas que se hayan tenido en los últimos años.

Sobre todo, son los jóvenes profesionistas con títulos universitarios quienes están buscando opciones de libertad mediante el éxodo de su país.

Una reflexión de este fin de año, tan convulso en tantas latitudes, es que el caso turco debe servir de advertencia. Por lo que significa en sí mismo al haber transitado de una democracia relativamente funcional a un régimen despótico y autoritario en manos de un solo hombre y de la estrecha camarilla que le rodea. Pero también porque es un ejemplo de lo que, con matices distintos, pero en el mismo sentido y con la misma dirección, está por desgracia generalizándose en naciones que hasta hace muy poco se preciaban de funcionar con bases democráticas sólidas. En pocas palabras, ilustra la trágica involución hacia modelos no democráticos, usando como vehículo para ello, a la propia democracia.

 

Especialista en asuntos de Oriente Medio

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