No hay cambio más radical que el efectivo

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06 de Enero de 2019

El más importante triunfo de la izquierda mexicana en 2018 no fue haber ganado la elección, como equivocadamente se cree. Fue haber transformado el discurso público. La victoria contundente de AMLO en las urnas logró moderar el discurso de las élites y de sus “intelectuales” y llevarlos a cuestionar, por primera vez, los supuestos y modelos con los cuales habían convertido a México (sin querer queriendo) en un país de desigualdades e injusticia social.  

Parece mentira que hace apenas unos años (o meses), reconocidos intelectuales argumentaban que la mayoría de nuestro país era clase media, pero no nos habíamos dado cuenta; abiertamente decían que “la desigualdad no era un problema” y utilizaban estudios sesgados para justificar que casi medio millón de trabajadores no ganara un sueldo suficiente para satisfacer sus necesidades de consumo.

Todo esto se acabó (o se redujo considerablemente) en 2018 y ello es, por mucho, la mayor transformación ideológica que nuestro país ha tenido desde la derrota del PRI en el 2000.

No es, sin embargo, la única transformación que se necesita. Ni de lejos. Los triunfos más importantes de la izquierda mexicana deben pertenecer a la arena de los hechos: recuperar el papel del Estado como un motor de desarrollo, reducir desigualdades bajo un marco democrático y adoptar políticas socialmente conscientes que permitan que todos, sin distinción de cuna, tengamos las mismas oportunidades de desarrollar nuestros talentos.

Ante ello, el principal enemigo de la izquierda mexicana en 2019 no será la oposición partidista (que sigue perdida), sino:

Primero, Morena misma y sus prisas. La izquierda mexicana es un grupo diverso que incluye a los que dicen querer derrotar activamente al capitalismo (Yeidckol, Ackerman), a los que buscan reformar las disfuncionalidades de éste (Esquivel, Urzúa), a los que intentan una mezcla confusa de ambos (Ebrard, Mario Delgado), a los que tienen el carisma pero no el poder (Tatiana, Claudia), y a los que usan un retórica afín al movimiento para consolidar su propio poder (Romo, Monreal).

Eso favorece un clima de luchas internas que, aunadas a las prisas, causan que los errores se multipliquen. AMLO cree que él puede diferenciar los arroces blancos de los negros. La verdad es que todo es más complejo. Los arroces negros pasarán por blancos a veces. Hay radicalidad inteligente, y hay radicalidad tóxica.

Segundo, la lógica de lo fácil. Es un error táctico (y ético) convertir a la Secretaría de Bienestar y a los programas sociales en maquinarias electorales con capacidad de ordeña de datos. Ésta es la lógica del triunfo fácil, pero no de la transformación. Ningún cambio sostenible en el ingreso de las personas se ha dado creando clientelas políticas. El empoderamiento del ciudadano, con independencia del poder político, debe ser la máxima de la izquierda.

Es necesario que la justicia social sea excluyente de la adhesión electoral, pues de otra forma se acepta que ceder a las tentaciones del capital es aceptable para tratar de contenerlo. Aún más, porque el Estado no puede competir en recursos con el capital. Jugar el juego de la clientela siempre lleva, irremediablemente, a perder en el largo plazo.

Finalmente, Morena debe entender que no hay enemigo pequeño. Su lucha en contra de la burocracia saldrá cara si ello le impide operar adecuadamente. Lo mismo pasará si decide confrontar a la prensa como estrategia de comunicación. Se debe evitar un distanciamiento con todas las fuentes del poder económico al mismo tiempo, pues ello impedirá el cambio sostenible. Asimismo, no hay nada que ganar con la politización del poder judicial. Cambiar las cosas es difícil, pero lo es aún más cuando se encuentran enemigos en cada esquina. Eso lo deben entender todos, incluso las voces más radicales dentro de Morena.

El 2019 no será fácil para nadie, pero lo será menos si el gobierno decide cometer errores por terquedades e ignorancias.

 

Doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard

Twitter: @Viri_Rios

 





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