Oposición y popularidad de AMLO

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03 de Marzo de 2019

El presidente López Obrador alcanza sus primeros 100 días en un dintel de popularidad muy alto, incluso más elevado que hace tres meses. Su estilo personal de gobernar concentra toda la atención en su figura omnipresente, que es la otra cara de la grave crisis de confianza de la ciudadanía en las instituciones representativas. La impronta de su gobierno hace de su persona la pieza destinada a soportar la carga de las expectativas y resultados, mientras se desploma el régimen de partidos.

Los partidos de la alternancia se vencen por el cúmulo de omisiones y corrupción en que fue perdiendo institucionalidad el Estado. Ninguno atina a ocupar su espacio y reclaman contrapesos con temor por las cuentas del pasado y la carga de la altísima aprobación de la figura presidencial. El PRI se lanza a recuperar lo perdido con una inédita elección de dirigencia, para tratar de reconectar con sus bases y la gente; los perredistas pelean por los restos del registro y prerrogativas; el PAN camina sin proyecto ni rumbo fijo, mientras Morena se reduce a publicitar la popularidad presidencial como prueba de que la 4T es la respuesta a los 30 millones que votaron por su líder.

Para sus detractores, las encuestas parecieran situarlo en valores por encima del que un estímulo deja de producir su efecto normal y se daña un órgano sensorial. La aceptación o el calor de la euforia nubla la razón en contra de los datos de la realidad, como la debilidad de la economía o la inseguridad. Los opositores no entienden por qué la ciudadanía le cree, a pesar de la realidad, y oscilan entre reclamar una institucionalidad que socavaron y esperar a que sus errores o la “ineptitud” desgaste al gobierno.

No pasa eso, la crisis institucional incide en las encuestas. Para su gobierno es positivo subir un poco en la aprobación, según Mitofsky, de 62.6% a 67.1% en tres meses. Un nivel por encima de todos los mandatarios desde Zedillo, a excepción de Fox, que en el mismo periodo se situó un poco arriba. Ello indicaría que, en efecto, la comunicación de acciones de gobierno han sido bien recibidas, sobre todo las de efecto inmediato, como la eliminación de la pensión a los expresidentes, o incluso otras impopulares como la escasez de gasolina por el combate al huachicoleo. Junto a ello se advierte otra vez un fenómeno “teflón” en que resbalan los yerros de su equipo o las malas noticias económicas y la creciente inseguridad. Incluso les sorprende que el deterioro no afecte su credibilidad, básicamente porque en su discurso no se destaca el problema. Es decir, la percepción de la ciudadanía mostraría que confía más en la palabra de López Obrador que en indicadores sobre la mala marcha de la economía o las cotas históricas de violencia.

Las explicaciones de los partidos sobre este fenómeno suelen perderse en expresiones de incredulidad sin hacerse cargo de su responsabilidad en el descrédito de las instituciones y la necesidad de la ciudadanía de creer, aunque lo deposite en liderazgos personales. Dejan de ver que cada mañana en su conferencia el Presidente toca fibras emocionales, principalmente cuando recuerda los “pecados” del pasado que destruyeron la confianza en los delegados del poder, a la vez insufla las expectativas de cambio, a pesar del “cochinero” que dejaron los anteriores gobiernos. Si la economía no crece es porque destruyeron Pemex y la CFE; si el futuro no mejora tan rápido, es por el pantano de la corrupción; si el bienestar no mejora rápido es porque hay que acelerar el cambio de régimen desde la democracia “defectuosa” que encarnó el arreglo de la partidocracia corrupto e ineficaz.

El poco resultado de oposiciones que esperan avanzar con el reclamo de la necesidad de contrapesos al poder es otra prueba del desprestigio de la democracia. No es con la denuncia o la urgencia de controlar al gobierno como ampliarán su margen de maniobra, sino elevando la capacidad de propuesta sobre un mejor futuro que el que promete López Obrador. La mayoría de los contrapesos políticos fue debilitada en las urnas y los institucionales tienen poco prestigio y credibilidad que oponer al gobierno. Por eso, frente a los reclamos de retomar el espacio perdido, les contesta “ternuritas”.

 





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