Paradoja

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22 de Febrero de 2019

En el verano de 1964, el 15 de agosto para ser precisos, giró por el planeta una sorprendente noticia: el venezolano Horacio Estévez (1940–1996) empataba el récord mundial de los 100 metros planos en 10 segundos exactos. Era la tercera ocasión que un hombre corría la distancia en esa marca considerada en la imaginería popular como el límite humano. En 1960 el alemán Armin Hary señaló el primer diez y en 1962 el canadiense Harry Jerome el segundo diez. Y los aficionados miraban las noticias admirados, regocijados, con ojos del tamaño de un plato.

Era una época en la que las facultades naturales predominaban. Se podía entender la tradición y cultura atlética de Alemania en la proeza de Hary, la capacidad de la raza negra y los avances deportivos en Jerome, en relación con entrenadores de alto nivel. Estévez contó con el auxilio, durante casi toda su trayectoria de sprinter, del húngaro Ladislao Nazar.

Se podía formular una pregunta ¿cuánto habría influido en la hazaña de Estévez, en el estadio nacional de Caracas, su proximidad a la línea del Ecuador?, donde los cuerpos pesan menos.

El concepto de récord da una idea de cierto absolutismo. Escribí hace unos días: la piedra angular del deporte es competir en igualdad de circunstancias. Pero en realidad la afirmación no pasa de ser un bello ideal que el hombre matiza e idealiza hacia otros campos. A la vida social, a la política, a los derechos del individuo como una aspiración hermosa, equilibrada, madura, que nunca jamás termina por ser alcanzada. Es precisamente la desigualdad lo que mantiene viva la competencia. El propósito de la lucha consiste en romper el equilibrio.

La naturaleza nos revela que no hay dos cosas iguales. Las hojas de un mismo árbol son diferentes, tan diferentes como dos gotas de agua que apreciamos iguales, semejantes, idénticas, pero en realidad no lo son. Entre millones y millones, no existen dos copos de nieve iguales. Y nos podríamos extender a los rostros de los hombres a las características de los animales.

Los deportes objetivos que se rigen por el centímetro, el segundo y el gramo, no son tan exactos como creemos. Aunque la pista de atletismo mida exactamente 100 m o la elipse, que en realidad no es el segmento de una elipse, mida 400 m exactos, posee valores numéricos diferentes en relación con la fuerza gravitacional que modifica el peso del atleta. Un objeto pesa más en los Polos que en el Ecuador. En consecuencia aunque se acepte son otras las coordenadas de esfuerzo en cada sitio del planeta sea Nueva York, París, Moscú, Ciudad de México.

Y aunque el sitio fuese fijo, en una Atenas mítica, por ejemplo, influirán las variables de temperatura, humedad, presión atmosférica, la luz del día, las caprichosas corrientes del viento. Como en el río de Heráclito, hay mutación a cada instante, y sí como nadie puede bañarse dos veces, tampoco nadie puede correr dos veces la misma prueba…

Los competidores y los técnicos y entrenadores saben las enormes diferencias que existen en nadar en los carriles centrales de una alberca que hacerlo en los andariveles laterales junto a las paredes donde la ola rebota con mayor energía, cerca del nadador.

La pelota de tenis o de futbol rebota diferente en sitios superiores a los 1,500 m de altitud que a nivel del mar. Una flecha o una bala, incluso, penetra con mayor rapidez las capas de aire y es más precisa si se dispara en sitios altos en los que la densidad del aire es menor.

Por hoy concluyamos con una paradoja: si los hombres fuesen iguales, no habría competencia deportiva.

 





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