“Saber es poder” y los ídolos de teatro 2018/12/25

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25 de Diciembre de 2018

Hay época de cambios y hay cambio de época. Lo segundo se presenta con el registro de la caída de grupos sociales que tradicionalmente detentan o alternan el poder, expansión del sistema productivo, surgimiento o ampliación del círculo intermedio entre poderosos y sometidos, y aparición de nuevas instituciones.

La secuela, un contexto marcado por el mito de salvadores o héroes, promesas basadas en optimismo exacerbado, secularización política o religiosa, confianza en la razón, idealización de la realidad, transformaciones en guerrero y poeta a la vez, reforma de la Iglesia, alabanza de la vida sencilla y ajena a las ambiciones del mundo, idealización del campo que propicia la reflexión sobre el amor y unión férvida con la naturaleza.

Los párrafos anteriores son características de la transición entre Medievo y Renacimiento, donde Francis Bacon (1561-1626) ubicó un cambio entre el orden social por divinidad como centro de la realidad (teocentrismo) y la consideración del ser humano como centro de todas las cosas y fin absoluto (antropocentrismo); etapa significada por el dominio del hombre sobre la naturaleza para aplicar el conocimiento científico al bienestar social desde la premisa “saber es poder”.

El inglés, filósofo, político, abogado y escritor afirmó que el obstáculo para el cambio eran los ídolos, todo aquello que se conforma como imagen, deidad a la que se le rinde culto, ya sea persona o cosa aceptada y admirada con exaltación; en cuatro tipificaciones.

Más de cuatro siglos después, el método de traslado nos proporciona líneas para contextualizar la ecología política nacional. Dichos “ídolos” pueden ser un equipo deportivo, un político, una religión, un objeto… lo elevado sobre la realidad sensible por medio de la inteligencia o la fantasía.

Sectores sociales presentan tendencia a apoyar, sin cortapisas, toda propuesta o situación en torno como una idea propia preconcebida; a favor o en contra, es una condición consustancial al ser humano como especie, una opinión prejuzgada (idola specie).

En lo individual, hay ciudadanos que se identifican físicamente: raza, edad, estatura, acento oral, lenguaje no verbal o mimetismo. En características cognitivas, la atracción es por estado mental, linealidad intelectual o alienación; y en lo emocional, la aceptación es por temperamento o carácter personal (idola specus).

Otro sector se conforma por la acumulación de experiencia, surge por la influencia que ejercen las palabras sobre la mente de los demás. El mensaje es percibido en los eventos realizados en plazas públicas próximas, pontencializado por la reiteración a través de los medios de comunicación, aderezado con paneles de discusión y abuso de lenguaje repetido o subjetivo, bagaje lingüístico como meros referentes para cosas inexistentes, dando a las palabras un carácter perverso o siniestro (idola fori).

La cuarta clasificación establece los Ídolos del teatro, aquellas representaciones mentales en cada integrante de un grupo social, pero con coincidencia de reacción grupal, resultantes de sistemas aceptados como positivos, benéficos, útiles, pero de métodos erróneos en la demostración experimental, vivencial, teórica o lógica; ocurrencias sin importar el rubro de aplicación, social, económico, político, cultural, educativo.

Francisco Bacon buscó establecer los parámetros para el conocimiento verificable por la experiencia y la opinión e, interesado por otras dimensiones del conocimiento, ahondó entre sentido y sonido, contenido y forma, y la retórica, elementos interdisciplinarios que en el tercer milenio provocan reflexión sobre el entorno actual con la gastada frase: “Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia”.





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