The Matrix, 20

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El pasado 31 de marzo se cumplieron 20 años del estreno de The Matrix, una película que ni siquiera sus realizadores, las ahora hermanas Wachowski, sabían si iba a tener éxito o no. Era arriesgada, un experimento de película de acción con una historia “complicada”. Y, claro, lo pongo entre comillas porque al ver hoy The Matrix te das cuenta de que no hay complicación alguna. No es porque la premisa haya caducado, sino que, gracias a The Matrix, ahora estamos acostumbrados, e incluso exigimos, que las películas de acción tengan vueltas de tuerca, historias que nos hagan pensar y pasar horas conversando y filosofando a la salida del cine.

Las películas de acción antes de The Matrix eran básicamente persecuciones de automóviles, en lancha, en avión y balazos; un tipo fuerte, musculoso, que golpea a los malhechores y, por supuesto, salva a la chica, que no se puede defender por sí misma. Todos estos elementos también los tiene The Matrix, pero de manera distinta: en primer lugar, la chica no es para nada indefensa; Neo, el protagonista, no es musculoso, pero, gracias a que todo transcurre dentro de una simulación digital, su verdadero poder está en la mente. Los balazos son como nunca se vieron antes en el cine, en cámara lenta y esquivados de manera inigualable. En definitiva, las hermanas Wachowski revolucionaron el género y éste jamás volvió a ser el mismo.

El antecedente inmediato de The Matrix es Terminator, de James Cameron, en donde también el argumento juega con nuestro intelecto y nos hace imaginar un mundo del futuro gobernado por máquinas, y la posibilidad de viajar en el tiempo para cambiar nuestro destino. Cameron logra sorprendernos en Terminator 2 al convertir al malo en bueno, un twist que aun hoy sigue agradando al espectador.

Las secuelas de The Matrix no fueron tan afortunadas, pero no importa, la primera nos plantó la semilla de una idea: que todo lo que vemos a nuestro alrededor no es real, que estamos dentro de una simulación.

El concepto de la Matrix caló hondo en el público, tanto, que, 20 años después, se sigue utilizando. No tanto para que hablemos de la película, de Neo o de los efectos especiales, sino que, de manera coloquial, la gente lo utiliza para hablar sobre cómo la educaron o cómo la sociedad o el sistema te oprime y te obliga a hacer cosas sin que te des cuenta. Por ejemplo, hace una semana alguien me dijo: “Para hacer eso, tienes que salirte de la Matrix”. 

El concepto no es nuevo. Ya Platón nos contó que no vemos el mundo tal cual es, sino que estamos dentro de una cueva oscura, de espaldas a la entrada, y sólo vemos las sombras de lo que es real. Los budistas nos dicen que vivimos en un sueño. Las Wachowski tomaron prestadas estas ideas. Lo mismo hizo George Lucas con el concepto de La Fuerza, que viene de religiones orientales que tienen miles de años, mucho más antiguas que el cristianismo.

La idea de la Simulación toca una fibra sensible en nuestro ser, tal vez porque sabemos que es posible. La tecnología va encaminada hacia ese lugar: poder vivir dentro de un mundo inventado por nosotros, en el que nos sintamos mejor que en éste. Si nosotros podemos crear ese mundo, ¿no estaremos ya viviendo en él? ¿Quién creó este mundo en el que vivimos y para qué?

The Truman Show, otra película sobre simulación, nos cuenta que Truman es en realidad el protagonista principal de un programa de televisión donde todos son actores y Dios (el director del show) es quien decide el argumento.

Si vivimos en una simulación, me pregunto hacia dónde va la historia que estamos viviendo estos días. Fotografiaron por primera vez un agujero negro y Notre Dame ardió en llamas: ¿qué conecta a estos dos hechos? ¿En qué desembocará esta línea argumental? ¿De qué se tratará el capítulo de la siguiente semana?

Que La Fuerza nos acompañe.

 

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