Piojo’ Herrera quería ser como el ‘Supermán’ Marín

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CIUDAD DE MÉXICO.

Cuando Miguel Herrera escucha el apodo de Cocol, de inmediato su mente se traslada a los años 70. Se mira como un chamaco de pelo muy corto y jugando una cascarita de futbol en la calle de Zempoala, en la Narvarte, al lado de otros niños como Jaime Santos, David Chávez, sus primos Chucho y David, así como su hermano Tito, quien con el paso de los años se refugió en los libros y la guitarra, mientras el hoy llamado Piojo Herrera siguió persiguiendo el balón en las calles, en los llanos y en los estadios mexicanos.

Y en época de Reyes Magos, Miguel disfrutaba de balones, pantalones cortos y zapatos de futbol. “Como aquellos guantes de portero y el suéter de rayas al estilo de Miguel Marín. De niño me sentí Supermán Marín y decía que de grande quería ser como él”, platica el ahora técnico del América, quien confiesa que a sus 50 años sigue poniendo sus zapatos debajo del arbolito de Navidad de Mamá Chela, progenitora de los cuates Cocol y Tito.

Doña Chela, mamá del Piojo, comenta que era un chamaco muy bueno para todos los deportes, además de que amigos como el Chino (David Chávez) recuerda que era bueno para los trompones.

Miguel responde que “en aquellos años podíamos jugar en la calle. Tomábamos las puertas de los edificios como porterías o jugábamos coladeritas. Yo le entraba a todos los deportes, quería ser beisbolista, aunque la estatura no me ayudó. Después volaba la pelota con el bate y era correlón en el tochito. Y de aquello de ser bueno para los trompones, bueno, nunca me he dejado de nadie”.

En la calle de Zempoala era Cocoliso. “Mi mamá nos cortaba el pelo a la brush y a mi primo se le ocurrió apodarme así, que después quedó en Cocol. Aunque apodos me sobran: Lito, Güero, Miguelón, Cocol, Pulques y ahora Piojo. El mexicano es dado a poner sobrenombres y en mi caso sobran”.

Platica que él y Tito nacieron el mismo día, aunque doña Chela comentó que sólo esperaba un niño al que le pondría los nombres de los abuelos. Por eso le pusieron Miguel Ernesto.

Mi mamá no sabía que veníamos dos, así que cuando nació mi hermano sólo se le ocurrió invertir los nombres. Por eso mi hermano se llama Ernesto Miguel”.

Platica que “de chavitos jugamos en los equipos de la colonia, él era defensa y yo delantero. Tito se fue más a los libros y la música y yo seguí de vago en la calle con los otros niños. Aunque no olvidamos que mi mamá nos llevaba a todo el equipo en su vieja combi verde a los campos de tierra de la Deportiva”.

Con ellos jugó un niño llamado Martín, que “era muy bueno para el futbol, pero al final lo jaló la cantada. Él es más conocido como Pedrito Fernández y desde entonces las niñas de los equipos rivales se acercaban para pedirle el autógrafo al niño de la mochila azul.

Miguel reconoce que Pedrito Fernández o Martín era muy bueno. “Lo curioso es que cuando se armaban los cates, él seguía dando autógrafos. Tenerlo en el equipo logró que tuviéramos mucho público, sobre todo niñas”.

A propósito de Reyes Magos, Miguel Herera rememora un momento chusco entre él y su hermano, en un 6 de enero.

Mi hermano Tito y yo siempre nos acordamos de aquella vez que él pidió en su cartita una guitarra y yo unos guantes y zapatos de futbol. Pusimos nuestros zapatos en el arbolito de Navidad y la sorpresa fue que en mis zapatos apareció la guitarra y la ropa deportiva en el calzado de mi hermano. ¡Se equivocaron los Reyes Magos!, ¡cómo es posible! Duramos un mes prestándonos las cosas, hasta que decidimos escribir una carta a los Reyes, explicarles que cometieron un error y que nos permitieran intercambiar los regalos”.

Y no olvida que tuvo la oportunidad de conocer a su ídolo Supermán Marín.

De niño juntaba mis tres pesos y me iba hasta arriba del estadio Azteca para ver jugar al Atlante y al Cruz Azul. Mis amigos pensaban que le iba a La Máquina por mi pasión por ver al Gato Marín. Años más adelante comencé a jugar en la Segunda División con los Coyotes Neza y ahí se convirtió en mi entrenador. Fue un sueño cumplido”.

Acerca de los viejos amigos de la calle Zempoala, agrega que “en ocasiones nos hablamos y guardo mucho cariño de aquellos años. Teníamos carencia, pero mi mamá y mi abuela vieron por todos. Tuve una niñez con muchos regalos”.

 

 

cva

 





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