La oportunidad, factor imprescindible

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Uno de nuestros grandes problemas es la desigualdad, que nos divide en ricos o pobres: los que tienen escolaridad y los que carecen de ella, los ocupados en actividades productivas y los desempleados. Las diferencias frustran la unidad en una sociedad como la nuestra tan necesitada de armonía.

La educación sirve para resolver divisiones y cimentar el esfuerzo nacional para el desarrollo general. México, empero, ha sido dividido por la manera en que se ha enseñado su historia. Repasar los episodios más críticos de ella desde la Independencia hasta nuestros días revela que, como alguna vez lo afirmara Edmundo O’Gorman ante el Presidente de la República: de un lado quedaron los buenos-buenos y, por el otro, los malos-malos. Al mexicano le han presentado sus personajes de manera parcial y sesgada con lo que, en lugar de haber una consciencia de orgullo patrio, se han creado bandos de opinión. No tenemos una cultura nacional unida que inspire. Las frases rituales colocadas en las paredes en letras de oro son sustitutos. La figura de la Virgen de Guadalupe es la única que abraza por igual a todos.  

Una verdadera educación comprendería todos los elementos, a veces disímbolos, de los que desde sus propios principios y circunstancias aportaron a la vida nacional que hoy compartimos, y que es el marco en que trabajamos para avanzar, primero en lo familiar y, luego, en lo social.

Es aquí donde un jefe de Estado tiene la insustituible responsabilidad de inspirar en la juventud las bases para la solidaridad y confianza en la propia capacidad personal de superación de cada ciudadano. Un país sólido en su actitud positiva hacia el presente y futuro no tiene por qué mirar hacia el pasado, sino para tomar de él los ejemplos de virtudes que hay que repetir y detectar las fallas y defectos que enmendar.

Un gravísimo error que tenemos es la arraigada obsesión por elevar al santuario nacional a ciertos personajes, mientras se defenestra a otros que, no obstante el haber contribuido a nuestra identidad nacional, no coincidieron con el santoral oficial de la facción vencedora. Para algunos, independientemente de haber cometido crímenes, se les honra con áureas letras en recintos públicos, en tanto no hay para el vencido mérito alguno. La historia oficial ha sido implacable.  

El resultado es una visión recortada que priva al mexicano de conocer lo  positivo que cada personaje contribuyó a la vida actual. En la historia reciente abundan ejemplos de personas que, sin estar en la estructura política oficial del momento, aportaron mucho a la evolución política nacional. El gobierno actual, fruto de una larga y tenaz oposición, es necesariamente el más convencido de ello.

De igual manera, mientras más nos acercamos a figuras pretéritas, mejor entenderemos su actuación en su peculiar momento histórico y reconoceremos su aporte a la configuración de la identidad nacional presente. Poco hay de útil en pedir a nuestros coetáneos que respondan por hechos de individuos que es claro que respondieron a sus circunstancias. Menos aún que, desde el siglo XXI, nuestra generación exija a otras, ya sepultadas, respuestas imposibles.

Es curioso que el presidente López Obrador formule hoy una demanda de perdón a generaciones pasadas bajo los visos de una fantasiosa reconciliación en tiempos dispares. Más insostenible resulta buscar rescoldos que atizar con el inoportuno propósito de construir sobre ellos la unidad nacional que bien requiere de otros basamentos.

La difícil coyuntura que México, como muchos países, está viviendo no necesita para resolverla resucitar del pasado los errores, injusticias, desatinos que nos antecedieron. Hay que surgir hacia los retos del futuro con la frescura de nuevos ánimos acoplados a circunstancias actuales, lanzarnos a nuevos retos, no entretenernos con reclamos obsoletos de otros tiempos.

Los episodios de la historia y sus figuras son escenarios heredados. No son pautas de acción.

Como sucede con las desigualdades que hoy padecemos y que hay que eliminar, nada ganamos exigiéndole contrición a los muchos mexicanos que las agudizaron a lo largo del siglo XX. Vivimos el siglo XXI para mitigarlas, no perdamos la oportunidad para hacerlo y menos utilizar polémicas como cortinas de humo para distraer la atención sobre asuntos mucho más urgentes.

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