Fair play para dialogar

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10 de Marzo de 2019

Por Santiago García Álvarez*
 

Recientemente, Angela Duckworth publicó un artículo donde narra cómo su padre, un hombre sensato e inteligente, se sobresaltó en una discusión política. Se sintió avergonzada y molesta. Muchos años después, a ella le sucedió algo muy parecido. Con mucha humildad, lo reconoce en su texto, vuelve con una mirada comprensiva a su papá e invita a la reflexión. Al final, hace algunas recomendaciones para establecer diálogos enriquecedores, abiertos y respetuosos.

Lo primero que llama la atención es su aceptación del error. Desgraciadamente, las actitudes humildes no son habituales. Sí existen disculpas públicas, temerosas del linchamiento popular o aconsejadas por expertos, pero es raro encontrar aceptación profunda de los errores y verdadero interés por enmendarse.

La arena política es un ámbito que da lugar a discusiones acaloradas, puntos de vista radicales y escenas alteradas. El Senado o la Cámara de Diputados muchas veces parecen más un espectáculo mediático que una verdadera discusión por el bien del país. Resultaría divertido, si no fuera porque las decisiones ahí tomadas son críticas para el futuro de nuestra sociedad.

Tristemente, muchas de las iniciativas planteadas obedecen a posturas ideológicas más que a un estudio prudencial de qué conviene al bien común en ese momento. Con frecuencia, incluso en los intelectuales de más alto nivel, las posiciones son profundamente emocionales, poco ecuánimes, aunque con una gran habilidad para “racionalizar”, es decir, encontrar razones a posteriori del interés —generalmente emocional— de colocar una idea preconcebida.

Angela, en el artículo previamente mencionado, nos invita a la auto reflexión. ¿Somos capaces de cuestionar nuestras propias posiciones sabiendo que pueden estar equivocadas? ¿Reconsideramos nuestras opiniones si hay nuevas evidencias? ¿Aceptamos que nuestras creencias pueden estar equivocadas? ¿Estamos abiertos a encontrar nueva información que sea distinta a lo que pienso que es verdadero?

Actualmente en nuestro país preocupa mucho que no existan estas posiciones abiertas, transparentes y con vocación real de servicio y bien común. El campo más preocupante es el político. Sin embargo, también se da en el mundo científico. Si los intelectuales y eruditos no están abiertos de fondo, pueden utilizar muchos mecanismos que lleven a caminos equivocados —o al menos amañados— con técnicas sofisticadas y procesos cuidados. El problema de las posiciones encontradas existe, también, en nuestras pequeñas comunidades y familias. Pensemos en nuestras conversaciones con otras personas. ¿Interrumpimos? ¿Nos mostramos impacientes? ¿Damos soluciones antes de que terminen de explicar el problema? ¿Pasamos más tiempo hablando que escuchando? ¿Pensamos más en qué respuesta daremos que en entender al otro?

La democracia es el mejor sistema que tenemos en la actualidad. Sin embargo, su ejercicio es susceptible de ser manipulado. Si el interés de fondo no es la verdad o el bien común, sino una ideología, un interés particular o un fin mediático, se pueden ganar partidas, con un voto mayoritario —democrático—, pero posiblemente sin un anclaje real en lo que más conviene a una sociedad. Ahí está la fragilidad de una democracia.

Las discusiones de grupo son muy distintas de los diálogos personales. En los grupos grandes, la influencia de un líder positivo o negativo suele ser mayor. Existen muchas posiciones sensatas que sufren la limitante de la inhibición o el miedo de ser políticamente incorrectos. Puede ocurrir que el punto de vista del que grita más fuerte prevalezca sobre el de aquel que ha razonado mejor.

Para la comunicación asertiva es importante desarrollar un mínimo de hábitos: hacer preguntas para entender más a fondo el punto del otro, resumir éste para asegurarnos de que escuchamos, no interrumpir mientras hablan, usar un lenguaje corporal adecuado, darnos cuenta de cuando podemos decir algo de lo que luego nos arrepentiremos y, si estamos enojados, pensar dos veces antes de hablar.

Para las discusiones en el ámbito público —también en el científico y en el familiar—, tendríamos que encontrar más personas dispuestas a escuchar, conversar, reconocer, cambiar de opinión, ceder. A ser realmente humildes. Preocupa que el motor social sea la ideología, las posiciones mediáticas, los fines partidistas o las agendas particulares. Echamos en falta a personas que sean realmente imparciales, generosas y con intereses de fondo por hacer lo mejor para la sociedad. Sin esas bases para el diálogo, sin un verdadero fair play, es difícil construir.

 

*Rector de la Universidad Panamericana

 





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